lunes, 13 de agosto de 2012

MI CUCHARITA ENCRESPADORA DE PESTAÑAS


 Hoy casi muero cuando me fui a encrespar las pestañas y al abrir el  cosmetiquero no encontré la cucharita que uso para este fin. En serio, casi muero, porque extraviar la cucharita encrespadora es perder una compañera, una amiga.

No le estoy poniendo color,  sé que las mujeres me entienden, porque más del 90% de ellas han tenido o tienen su cuchara regalona.

Sepa usted que cerca de los 15 años las mujeres descubrimos el salto cuántico que hay  entre una mirada con pestañas tiesas versus una con pestañas crespas. La imagen, la seducción, la actitud, todo cambia batiendo unas frondosas pestañas rizadas. Se cierra el ojo más segura cuando el ojo le lleva pestaña ondulá’.

En algún momento de nuestra adolescencia, (tal vez mientras nos arreglamos para asistir a la  primera fiesta)  se produce el rito de iniciación en el encrespado de pestañas. Siempre es otra mujer, mayor que una, la que nos muestra la diferencia encrespándonos  las pestañas con algún adminículo de su propiedad, nos miramos al espejo y no queremos dejar de tenerlas así nunca más. Entonces es cuando necesitamos nuestro propio instrumento encrespador, momento de buscarlo.

En mi caso, intentando repetir el efecto del primer encrespado, logrado con unas unas tijeras viejas que al acercarse me asustaron, supe que lo mío no iba por otras tijeras, por ello probé tapas plásticas de diferentes dimensiones y grosores hasta que me quedé con una verde, de un desodorante que le hacía justo a mi dedo y ojo juvenil, dicha tapa me acompañó por años, en el bolsón del colegio, en el bolsillo del pantalón, en la carterita de la fiesta, en la mochila del campamento, en la maleta de vacaciones, siempre lista para dar el toque perfecto a mis pestañas, en aquellos tiempos de cara lavada en que las pestañas crespas eran mi único maquillaje. Pero un día fui a buscar mi tapita y no estaba, la busqué en el estuche, en mis cajones, en el bolsón, en el baño, debajo de la cama, pero no estaba, había partido al país de las cosas perdidas, allí mismo donde están los pares de mis calcetines huachos, no la encontré más…  traté de buscar una igual, pero no hubo caso, el tipo de desodorante de donde había sacado aquella tapa estaba discontinuado, y ninguna otra se amoldaba a mis dedos y ojos como aquella.

En ese tiempo yo tenía aún cantidad abundante de pestañas jóvenes y dóciles que hasta con un poco de presión de los dedos tendían a verse algo onduladas, lo que me permitió una larga búsqueda. Con las tapas tiré la toalla porque no encontré ninguna que diera buen resultado, entonces recordé haber visto a muchas congéneres usar una cuchara, y decidí encontrar la mía, porque en la vida cada mujer se encuentra con su cuchara.

Ha de saber usted señor varón que no sirve cualquier cuchara, una prueba y prueba, cucharas grandes, medianas, pequeñas; cucharas gruesas, delgadas, muy finas; con mango cilíndrico o plano, largo o corto. De repente se encuentra la adecuada, esa que se manipula sin esfuerzo, que se acomoda bien entre el anular y el pulgar, esa que deja el rizo justo para batir la pestaña coqueta, la que no te quiebra el pelo, esa que te deja un crespo duradero, esa de la cual ya no quieres volver a separarte jamás. Como cada mujer, encontré la mía, y la hice mi fiel compañera. Mi cucharita encrespadora es de esas que le llaman cuchara de té, es delgada pero firme, nunca se ha doblado al presionarla con mis dedos, su mango es del largo de mi puño cerrado y me ha servido desde hace ya unos 15 años. Todos los días la he encontrado donde mismo, yo la saco, me encrespo, la guardo en su estuche y la pongo en mi cartera. No uso máscara de pestañas con frecuencia, pero cuando la he llegado a usar, me fijo que mi cucharita no quede negra, pero si pasa, la limpio, la trato bien, no la ando trayendo pegajosa ni manchada. En todos estos años, escasas veces la he ocupado como cuchara, recuerdo un paseo en que olvidé llevar una para comer, pero ella, mi fiel compañera me salvó, aunque debo decirlo, la comida no sabe igual en una cuchara que es simplemente una cuchara que en TU cuchara, ella te salva, pero no es su oficio.

Durante mi vida adulta varias veces me han recomendado los famosos encrespadores, los he probado, pero en serio no es lo mismo. Una logra tal simbiosis con su cuchara que es imposible reemplazarla.

Hoy como cada día fui a buscarla y no estaba en su estuche. La busqué y la busqué y no la encontré, y estoy desolada porque ella y yo hacíamos gran equipo y temo que cansada haya emigrado y esté junto a la tapita verde, los compañeros de mis calcetines huachos y esas palabras que nunca dije.

Me resisto a andar de pestaña tiesa por la vida, pero mis pestañas ya no son tan frondosas como cuando la conocí… tal vez sea el momento de un encrespador, porque dudo encontrar pronto una herramienta tan eficiente como mi compañera cucharita.
Pestañísticamente hablando, si la ve por ahí dígale que la extraño y que como ella no hay ninguna.

Si me ve a por ahí a mí, y me observa de pestaña tiesa o media quebrá’, significa que aún no la encuentro y que ciertamente la reemplazante no es digna. Eso sí, no se le vaya a ocurrir representármelo, mire que lloro, y la pestaña tiesa y más encima mojada es imposible de ondular.

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