Hoy casi muero cuando me fui a
encrespar las pestañas y al abrir el cosmetiquero
no encontré la cucharita que uso para este fin. En serio, casi muero, porque
extraviar la cucharita encrespadora es perder una compañera, una amiga.
No le estoy
poniendo color, sé que las mujeres me
entienden, porque más del 90% de ellas han tenido o tienen su cuchara regalona.
Sepa usted
que cerca de los 15 años las mujeres descubrimos el salto cuántico que hay entre una mirada con pestañas tiesas versus una
con pestañas crespas. La imagen, la seducción, la actitud, todo cambia batiendo
unas frondosas pestañas rizadas. Se cierra el ojo más segura cuando el ojo le
lleva pestaña ondulá’.
En algún
momento de nuestra adolescencia, (tal vez mientras nos arreglamos para asistir
a la primera fiesta) se produce el rito de iniciación en el
encrespado de pestañas. Siempre es otra mujer, mayor que una, la que nos
muestra la diferencia encrespándonos las
pestañas con algún adminículo de su propiedad, nos miramos al espejo y no
queremos dejar de tenerlas así nunca más. Entonces es cuando necesitamos
nuestro propio instrumento encrespador, momento de buscarlo.
En mi caso,
intentando repetir el efecto del primer encrespado, logrado con unas unas tijeras
viejas que al acercarse me asustaron, supe que lo mío no iba por otras tijeras,
por ello probé tapas plásticas de diferentes dimensiones y grosores hasta que
me quedé con una verde, de un desodorante que le hacía justo a mi dedo y ojo
juvenil, dicha tapa me acompañó por años, en el bolsón del colegio, en el
bolsillo del pantalón, en la carterita de la fiesta, en la mochila del
campamento, en la maleta de vacaciones, siempre lista para dar el toque
perfecto a mis pestañas, en aquellos tiempos de cara lavada en que las pestañas
crespas eran mi único maquillaje. Pero un día fui a buscar mi tapita y no
estaba, la busqué en el estuche, en mis cajones, en el bolsón, en el baño,
debajo de la cama, pero no estaba, había partido al país de las cosas perdidas,
allí mismo donde están los pares de mis calcetines huachos, no la encontré
más… traté de buscar una igual, pero no
hubo caso, el tipo de desodorante de donde había sacado aquella tapa estaba
discontinuado, y ninguna otra se amoldaba a mis dedos y ojos como aquella.
En ese tiempo
yo tenía aún cantidad abundante de pestañas jóvenes y dóciles que hasta con un
poco de presión de los dedos tendían a verse algo onduladas, lo que me permitió
una larga búsqueda. Con las tapas tiré la toalla porque no encontré ninguna que
diera buen resultado, entonces recordé haber visto a muchas congéneres usar una
cuchara, y decidí encontrar la mía, porque en la vida cada mujer se encuentra
con su cuchara.
Ha de saber
usted señor varón que no sirve cualquier cuchara, una prueba y prueba, cucharas
grandes, medianas, pequeñas; cucharas gruesas, delgadas, muy finas; con mango
cilíndrico o plano, largo o corto. De repente se encuentra la adecuada, esa que
se manipula sin esfuerzo, que se acomoda bien entre el anular y el pulgar, esa que
deja el rizo justo para batir la pestaña coqueta, la que no te quiebra el pelo,
esa que te deja un crespo duradero, esa de la cual ya no quieres volver a
separarte jamás. Como cada mujer, encontré la mía, y la hice mi fiel compañera.
Mi cucharita encrespadora es de esas que le llaman cuchara de té, es delgada
pero firme, nunca se ha doblado al presionarla con mis dedos, su mango es del
largo de mi puño cerrado y me ha servido desde hace ya unos 15 años. Todos los
días la he encontrado donde mismo, yo la saco, me encrespo, la guardo en su
estuche y la pongo en mi cartera. No uso máscara de pestañas con frecuencia,
pero cuando la he llegado a usar, me fijo que mi cucharita no quede negra, pero
si pasa, la limpio, la trato bien, no la ando trayendo pegajosa ni manchada. En
todos estos años, escasas veces la he ocupado como cuchara, recuerdo un paseo
en que olvidé llevar una para comer, pero ella, mi fiel compañera me salvó,
aunque debo decirlo, la comida no sabe igual en una cuchara que es simplemente
una cuchara que en TU
cuchara, ella te salva, pero no es su oficio.
Durante mi
vida adulta varias veces me han recomendado los famosos encrespadores, los he
probado, pero en serio no es lo mismo. Una logra tal simbiosis con su cuchara
que es imposible reemplazarla.
Hoy como cada
día fui a buscarla y no estaba en su estuche. La busqué y la busqué y no la
encontré, y estoy desolada porque ella y yo hacíamos gran equipo y temo que
cansada haya emigrado y esté junto a la tapita verde, los compañeros de mis
calcetines huachos y esas palabras que nunca dije.
Me resisto a
andar de pestaña tiesa por la vida, pero mis pestañas ya no son tan frondosas
como cuando la conocí… tal vez sea el momento de un encrespador, porque dudo
encontrar pronto una herramienta tan eficiente como mi compañera cucharita.
Pestañísticamente
hablando, si la ve por ahí dígale que la extraño y que como ella no hay
ninguna.
Si me ve a
por ahí a mí, y me observa de pestaña tiesa o media quebrá’, significa que aún
no la encuentro y que ciertamente la reemplazante no es digna. Eso sí, no se le
vaya a ocurrir representármelo, mire que lloro, y la pestaña tiesa y más encima
mojada es imposible de ondular.
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